martes, 21 de abril de 2009

Visión borrosa

Queridos lectores terrestres. Apuesto un penique de la vieja Inglaterra a que todos ustedes pensaron que mi misión era un paseo sin riesgos. Pues bien, hoy voy a demostrarles lo equivocados que estaban. En este oficio uno se enfrenta a peligros del todo inesperados.
Hoy, sin ir más lejos, he tenido que enfrentar una situación que a puesto a prueba mi resistencia. Resulta que me he montado en uno de esos trenes que atraviesan Berlín de parte a parte como si fuera un queso agujereado. Por razones técnicas el tren sufría retraso y era la hora punta, que en alemán se dice así, como suena, Stosszeit, así que el vehículo venía lleno hasta las trancas. Como siempre, me había apostado en una posición estratégica que me permitía observar con rigor entomológico a la población nativa. De repente, empujado por una masa humana que presionaba por entrar, un señor de mediana edad que portaba un maletín negro se ha colocado justo a mi lado, casi tan cerquita que rozábamos nuestras narices. La fatalidad ha querido que, justo aquel día, muy probablemente el señor había degustado una especialidad local compuesta de salchichas porcinas adobadas con salsa picosa al curry, lo que suele venir acompañado de puré de patatas y alguna verdura macerada. No voy a darles detalles de la clase de reacciones electroquímicas que tal mezcla produce, incluso en los estómagos de los nativos. Y he aquí el hecho: tras un bamboleo inesperado del vagón he escuchado el ruido de un leve burbujeo y, un segundo después, he visto como, casi frente a mis narices, las mejillas de este individuo se han abombado sospechosamente para desinflarse después con un sonoro... burrrp.
No me avergüenza confesar que, a pesar de mi entrenamiento, la ofensiva tóxica me ha cogido por sorpresa. En unos instantes me he visto envuelto en una flatulencia de tal agresividad que he empezado a experimentar diversos efectos colaterales como: visión borrosa, distensión involuntaria de las carrilleras anteriores y posteriores, secreción lacrimal incontrolable y pérdida de tensión muscular en muslos y rodillas. Como consecuencia lisérgica he experimentado una alucinación recurrente en que una enorme salchicha me envolvía como una anaconda y amezaba con destriparme como a un ratoncillo.
Casi he saltado en marcha del tren. He tenido que sentarme en un banco durante unos instantes para recuperar el aliento. Quiero decir para recuperar mi aliento, en lugar de ese que me habían prestado.
Recuérdenlo: el peligro acecha en los lugares en los que uno no espera encontrarlo.

Berlin, 11 ºC. Corto y cierro.

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