
Durante un espectáculo de Butoh como el que he tenido ocasión de presenciar, lo fundamental es dar miedo. Para empezar te cobran por lo menos 9 euritos y no te dan ni las gracias. Después se escoge a alguien que tenga alguna patología neuronal que le impida apreciar una dulce melodía, para así asegurarnos una banda sonora aterradora. Seguidamente se escoge un bailarín suficientemente escuálido para dar pena y se le embadurna hasta las pestañas de manteca. A este bailarín sólo se le proporciona un calzoncillo muy pequeño con cierta holgura en las costuras de los flancos, por la que debe escapar parte de la pilosidad inguinal del sujeto. Finalmente se le dan instrucciones para que siga la música con movimientos espasmódicos que incluyen, por ejemplo: contracción pélvica compulsiva, saltos pulguiformes, elongación de las canillas inferiores o elevación peripatética de las axilas. El momento culminante del espectáculo llega cuando, después de un brinco inesperado, al individuo se le escapa por un lado de los calzoncillos parte del paquete escrotal y una generosa masa de vello púbico. Aunque el público disimula su emoción por respeto, se puede ver en sus rostros que un sacrifico corporal tan expresivo les llega muy hondo.
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