jueves, 22 de mayo de 2008

Fin de la partida

Mi abuelo ha muerto esta noche. Al final, ni la más rocosa de las ánimas puede ganarle la partida al tiempo. Es normal, es un adversario que tiene mucha paciencia. Puede esperarte toda la vida, si lo desea.

En el tanatorio, todo tenía ese aire tan surrealista que los mediterráneos sabemos imprimirle a la muerte y te entraban ganas de reir y de llorar alternativamente. Los había que se acercaban al cristal para mirarlo y comentaban lo elegante que parecía, como si estuvieran viendo un pase de modelos. Y toda esa gente que se cruza en el pasillo e intercambia miradas compungidas que sólo tienen en común una porción de día que gira en torno a un cadáver. A mi me da que ese de detrás del cristal no era mi abuelo, sino un pobre señor que alguien puso ahí para que no hiciéramos preguntas incómodas, porque bien mirado ni siquiera se le parece. ¿Cómo se va a parecer ese al apuesto joven, tan insensato como valiente, que posaba con el uniforme de la Wehrmacht como quien se hace una foto durante una feria? Eran otros tiempos, me digo: la gente estaba loca, loca, pero eran expertos en salir adelante. Ahora, en cambio, me deprimo cada vez que me duele la cabeza.

Abuelo, si todavía sigues en alguna trinchera, te deseo lo mejor, que a mí el desconocido del tanatorio no me ha engañado ni por un momento. Y si tienes alguna influencia en estas cosas, hazme llegar a viejo como tú.

lunes, 5 de mayo de 2008

¿Eres de Pipi o de Heidi?